viernes, diciembre 24, 2010

La muerte de Santa...

La noche del 24 de diciembre colocaba con suma alegría e ilusión el zapato medio sucio de lodo con la cartita de los deseos dentro, un plato con galletas y un vaso con leche para Santa y cada 25 de diciembre en la mañana era lo mismo: El zapato, el vaso y el plato vacío, la cartita desaparecida y los deseos, incumplidos.

La Nochebuena de 1998 sabía que sería la última, pues tenía ya la edad límite para recibir regalos. Había ahorrado algunos pesos de la venta diaria de periódicos que hacía en la esquina de Isidro Fabela con Industria Automotriz. Ese día compré una lata de galletas, de esas que llaman danesas, que según dicen son de mantequilla. He de admitir que el sabor es muy bueno para alguien que sólo ha comido barritas y galletas de animalitos. Me zampé casi tres cuartos de lata, sentado en una jardinera, junto a una cancha de basketball, bajo uno de los puentes de la Avenida Tollocan. El resto lo guardé para esa noche.

Llegué a casa a las 8 de la noche. No. En esa casa no había cena de Navidad, ni regalos para intercambiar, ni buenos deseos o abrazos de felicitación. En esa casa no había alegría, ni adornos, ni luces, ni arbolito. Sólo había caras tristes y demacradas. Caras y manos rojas por el frío que se colaba por las ventanas sin vidrios en aquel cuartucho de medio patio.

Preparé mi cartita, el plato con las galletas danesas sobrantes, el vaso con leche rebajada y el zapato, aún lodoso. Lo coloqué todo junto al cajón que hacía las veces de sofá y me fui a dormir.

Un grito de horror, histérico, me sacó de mis sueños. Me enderecé de golpe en la cama y recordé. Abandoné la cama y me vestí con calma. Del otro lado del pedazo de trapo que separaba a la recámara de la sala se oían susurros alterados de "¿qué vamos a hacer?, ¿cómo lo vamos a explicar?" Salí de la recámara y vi, despatarrado grotescamente frente al 'sofá', el enorme cuerpo del maldito panzón que me había arruinado la única noche en que se suponía debía tener alegría. Lo vi, me acerqué, le pegué un par de veces con la punta del pie para comprobar que no se movía.

Le miré triunfante, pensando "así que aquí yaces, estúpido gordo, en MI sala, bajo MIS condiciones. Ocho años de espera inútil, de desilusiones acumuladas, de rencores que colmaron el buche." Un año de mucho idear, de portarme mal, de hacer todo lo contrario a lo que la razón y las buenas maneras dictan dieron fruto en una sola noche. En esa noche.

Tomé la carta que tenía a medio desdoblar en la mano y leí lo que le había escrito unas horas antes y que él probablemente apenas habías comenzado a leer, tal vez con suma indiferencia, mientras se zambutía las galletas que le había dejado. Vi que sólo había dejado un par en el plato. La carta decía lo siguiente:

"Santa:

Te dejo unas galletas rellenas de potente raticida y un vaso con cianuro diluído en la ración de leche rebajada que tomo de vez al mes. Espero que te aproveche, gordo tragón."

Seguí viéndole, con odio, pensando en que así era como operaba: Comía, leía, se reía y se largaba. Bonita manera de tratar a sus pequeños clientes. Sólo me habría gustado verle retorcerse, pero... la verdad es que tenía demasiado sueño como para contemplarle. Yo sí hacía mi trabajo.

¿Has oído eso de que el que ríe al último ríe mejor, maldito obeso de porquería? ¡¡Feliz Navidad, idiota!!

¡Jo, jo, jo, jo,jo!

De A. Tomado de el blog, Hedonista Yo?

4 comentarios:

andrés dijo...

Diay si... jejeje

Feliz Navidad men - por eso hay que pedir regalos baraticos en vez de ponis jejeje

.DNS. dijo...

"La muerte de Santa" que aguafiestas :P

ARMANDOKUN dijo...

Feliz navidad que la pases bien con tu familia!!!

Terox dijo...

Por lo menos tuvo un final feliz...