Los bombardeos siempre han sido rodeados de gran controversia. Una cosa en la que Truman insitió desde el principio: la decisión de usar las bombas y la responsabilidad que ellos suponía era suya. A lo largo de los años, Truman dio razones variadas y contradictorias para su decisión. Algunas veces implicaba que había actuado sencillamente por venganza. A un clérigo que lo criticó, Truman le contestó petulantemente:
Nadie está más perturbado por el uso de bombas atómicas que yo, pero yo estaba muy perturbado por el ataque sorpresa japonés sobre Pearl Harbor y su asesinato de nuestros prisioneros de guerra. El único idioma que parecen entender es el que hemos estado usando para bombardearlos.2
Tales razonamientos no impresionarán a alguien que sea incapaz de ver como la brutalidad del ejército japoneses podría justificar represalias mortales contra hombres, mujeres y niños inocentes. Sin duda, Truman sabía de ello, de manera que de vez en cuando proponía otros pretextos. El nueve de agosto de 1945, él afirmó: El mundo notará que la primera bomba atómica fue lanzada sobre Hiroshima, una base militar. Eso fue porque en este primer ataque queríamos evitar en lo posible la matanza de civiles.3
Sin embargo, esto es absurdo. Pearl Harbor era una base militar. Hiroshima era una ciudad, habitada por unas trescientos mil personas, que contenía elementos militares. En cualquier caso, ya que la bahía estaba minada y la Marina y la Fuerza Aérea estadounidenses estaban en control de las aguas alrededor de Japón, cualesquiera tropas estacionadas en Hiroshima habían sido efectivamente neutralizadas.
En otras ocasiones Truman afirmó que Hiroshima fue bombardeada porque era un centro industrial. Pero, tal como se nota en el Sondeo de Bombardeos Estratégicos de los EE.UU. Todas las principales fábricas en Hiroshima estaban ubicadas en la periferia de la ciudad -y escaparon serios daños.4 El objetivo era el centro de la ciudad. Que Truman sabía el tipo de víctimas que los bombardeos consumieron es evidente por sus comentarios a su gbinete el 10 de agosto, explicando su renuencia a lanzar una tercera bomba: La idea de aniquilar otras 100.000 personas era demasiado horrible, dijo; no le gustaba la idea de matar todos esos chicos5 aniquilar otras cien mil personas... todos esos chicos
Además, la noción que Hiroshima era un centro militar e industrial importante es inverosímil a primera vista. La ciudad había permanecido intacta a lo largo de devastadores años de ataques aéreos sobre las islas japonesas y nunca apareció en la lista de los 33 objetivos primarios del Comando de Bombarderos6
De manera que la justificación de los bombardeos atómicos ha venido a descansar sobre una única y colosal mentira, que sorpresivamente ha ganado validez: que los bombardeos fueron necesarios para salvar a medio millón o más de vidas estadounidenses. Estas, supuestamente, son las vidas que se hubiesen perdido en la planificada invasión de Kyushu en diciembre, y luego en la invasión total de Honshu el año siguiente, de ser necesaria esta última. Pero el peor escenario de una invasión a gran escala de las islas japonesas era de cuarenta y seis mil vidas estadounidenses.7 La ridiculamente inflada cifra de medio millón para el saldo potencial de muertos -casi el doble del total de muertes estadounidenses en todos los teatros de la Segunda Guerra Mundial- es repetido ahora rutinariamente en los libros universitarios y de secundaria y propagada por comentaristas ignorantes. No es sorprendente que el premio por fatuidad pura al respecto vaya para el presidente George H.W. Bush, quien en 1991 afirmó que lanzar las bombas salvó millones de vidas estadounidenses8
Aún así, los múltiples engaños y auto-engaños de Truman son comprensibles, considerando el horror que él desató. Es igualmente comprensible que las autoridades estadounidenses de ocupación censuraran los reportes desde las devastadas ciudades y no permitieran que las películas y fotografías de los miles de cadáveres y de los horrorosamente mutilados sobrevivientes alcanzaran al público.9 De lo contrario, los estadounidenses -y el resto del mundo- podrían hacer comparaciones inquietantes con las escenas de los campos de concentración nazis que entonces salían a la luz pública.
Los bombardeos fueron condenados como bárbaros e innecesarios por altos oficiales militares estadounidenses, incluyendo a Eisenhower y MacArthur.10 La opinión del Almirante William D. Leahey, Jefe del Estado Mayor del mismo Truman, era típica:
El uso de esta arma bárbara en Hiroshima y Nagasaki no nos ayudó materialmente en nuestra guerra contra Japón (...) Mis propios sentimientos eran que al ser los primeros en usarla, habíamos adoptado un estándar ético común al de los bárbaros de la Edad Oscura. A mí no enseñaron a librar guerras de esa forma y las guerras no pueden ser ganadas destruyendo mujeres y niños.11
La élite política impicada en los bombardeos atómicos temía una reacción violenta que ayudara y estimulara el renacimiento del horrible "aislacionismo" de la pre-guerra. Apologías fueron impresas apresuradamente, no fuera que el asco público por el enfermizo crimen de guerra resultara en erosión del entusiasmo por el proyecto globalista.12 Nada de qué preocuparse. Un cambio abismal había ocurrido en las actitudes del público estadounidense. Entonces y luego, todos los sondeos han mostrado que la gran mayoría apoyba a Truman, creyendo que las bombas eran necesarias para acabar con la guerra y salvar cientos de miles de vidas estadounidenses, o más probablemente, no importándoles ni una cosa ni la otra.
Aquellos que todavía puedan incomodarse por tan espeluznantes ejercicios de análisis de costos y ganancias -vidas inocentes japonesas versus vidas de soldados aliados- pueden reflexionar en el juicio de la filósofa católica G.E.M. Anscombe, quien insitía en la supremacía de las reglas morales.13 Cuando en 1956 Truman recibió un grado honorario la universidad de Anscombe, Oxford, ella protestó.14 Truman era un criminal de guerra, afirmaba ella, pues ¿cuál es la diferencia entre la masacre de civiles desde el aire por el gobierno de los EE.UU., como en Hiroshima y Nagasaki, y el aniquilamiento de los habitantes de algún pueblo polaco o checo por los Nazis?
Vale la pena seguir el argumento de Anscombe. Supóngase que cuando invadimos Alemania a prinicipios de 1945, nuestros líderes hubiesen creído que ejecutar a todos los habitantes de Aquisgrán o Trier, o alguna otra ciudad de Renania, quebraría finalmente la voluntad de los alemanes y los llevaría a la rendición. De esta manera la guerra podría haber terminado rápidamente, salvando las vidas de muchos soldados aliados. ¿Justificaría eso entonces el asesinato de decenas de miles de civiles alemanes, incluyendo mujeres y niños? Pero, ¿cómo es eso diferente de los bombardeos atómicos?
A principios del verano de 1945, los japoneses entendían por completo que estaban perdidos. ¿A pesar de ello, por qué continuaban peleando? Como lo escribió Anscombe: era la insistencia en la rendición incondicional la raíz de todos los males.15
Esa loca fórmula fue acuñada por Roosevelt en la Conferencia de Casablanca y, con la concurrencia entusiasta de Churchill, se convirtió en el idioma Alliado. Después de prolongar la guerra en Europa, hizo lo suyo en el Pacífico. En la Conferencia de Postdam en Julio de 1945, Truman emitió una proclamación a los japoneses, amenazándolos con la "devastación total" de su patria a menos que se rindieran incondicionalmente. Entre los términos aliados, a los cuales "no hay alternativa", estaba el que sería eliminada para siempre la autoridad e influencia de aquellos que han engañado y confundido al Pueblo del Japón para embarcarse en la conquista del mundo. "Justicia severa", advertía la proclamación, sería impartida a todos los criminales de guerra.16 Para los japoneses esto significaba que el Emperador -considerado por ellos como divino, un descendiente directo de la Diosa del Sol- seguramente sería destronado y probablemente puesto a juicio como criminal de guerra y colgado, quizás frente a su palacio.17 De hecho, los EE.UU. no tenía intención de destronar o castigar al Emperador. Pero esta modificación implícita de la rendición incondicional nunca les fue comunicada a los japoneses. Al final, después de Nagasaki, los EE.UU. aceptaron el deseo japonés de mantener la dinastía e inclusive de mantener a Hiroito como emperador.
Durante los meses previos Truman había sido presionado para que clarificara la posición de los EE.UU. por varios altos oficiales dentro y fuera del gobierno. En mayo de 1945, por petición del presidente, Herbert Hoover preparó un memorándum enfatizando la necesidad urgente de terminar la guerra tan pronto como fuese posible. Los japoneses debían ser informados que nosotros no interferiríamos con el Emperador o la forma de gobierno que eligiese. Hoover hasta planteó que la posibilidad que, como parte de los términos a Japón se le podría permitir conservar Formosa (Taiwan) y Corea. Después de reunirse con Truman, Hoover cenó con Taft y otros líderes republicanos para mostrarles su propuesta.18
A los escritores del sistema sobre la Segunda Guerra Mundial frecuentemente les gusta entrar en especualciones escabrosas. Por ejemplo: si los EE.UU. no hubiesen entrado en la guerra, entonces Hitler hubiese "conquistado al Mundo" (parecería una triste subestimación del Ejército Rojo. Además, ¿no era Japón quien estaba tratando de conquistar el Mundo?) y matado incalculables millones. Ahora, si aplicamos al historia conjetural en este caso: supóngase que la guerra en el Pacífico hubiese terminado en la forma que normalmente las guerras terminan -mediante la negociación de las condiciones de rendición. Y supóngase lo peor -que los japoneses hubiesen insistido tercamente en reservar parte de su imperio, digamos, Corea y Formosa, hasta Manchuria. En ese caso, es bastante probable que los japoneses hubiesen estado en una posición de evitar que los comunistas llegasen al poder en China. Y eso pudiese haber significado que las treinta o cuarenta millones de muertes que ahora se le atribuye al régimen Maoista no hubiesen ocurrido.
Pero aun permaneciendo dentro de los límites de la diplomacia posible en 1945, es claro que Truman no agotó todos los medios para terminar la guerra sin recurrir a la bomba atómica. Los japoneses no fueron informados que iban a ser las víctimas del arma más letal por mucho jamás inventada (una con más de dos mil veces el poder de detonación del 'Grand Slam' británico, que es la bomba más grande jamás usada en la historia de la guerra, tal como Truman presumió en su anuncio del ataque a Hiroshima). Ni se les dijo que la Unión Soviética estaba preparada para declarar la guerra al Japón, un evento que impresionó más que las bombas a algunos en Tokio.19 Peticiones de algunos de los científicos involucrados en el proyecto para demostrar la potencia de la bomba en una zona deshabitada o evacuada fueron desairadas. Todo lo que importaba era preservar formalmente la fórmula de la rendición incondicional y salvar las vidas de los soldados que podrían haber sido perdidas en el esfuerzo por obtenerla. Pero como escribió el Mayor General J.F.C Fuller, uno de los más grandes historiadores militares del siglo, en relación a los bombardeos atómios:
Aunque salvar vidas es loable, de ninguna manera justifica utilizar medios que van en contra de todo precepto de humanidad y las costumbres de la guerra. Si así fuese, entonces con el pretexto de acortar una guerra y salvar vidas, cualquier atrocidad imaginable puede ser justificada.20
¿No es eso acaso obvio? ¿Y no es esta la razón por la cual en principio hombres racionales y humanos desarrollaron a lo largo de generaciones las leyes de la guerra?
Mientras los medios de comunicación masiva repetían como loros la línea de elogio por las incineraciones atómicas, prominentes conservadores las denunciaron como crímenes indescriptible. Felix Morley, académico constitucionalista y uno de los fundadores de Human Affairs, llamó la atención al horror de Hiroshima, incluyendo los miles de niños atrapados en las treinta y tres escuelas que fueron destruidas. Llamó a sus compatriotas a compensar por lo que había sido hecho en su nombre y propuso que grupos de estadounidenses fueran enviados a Hiroshima, así como los alemanes eran enviados a atestiguar lo que había sido hecho en los campos de concentración nazis. El cura Paulistas, Padre James Gillis, editor de The Catholic World y otro incondicional de la Vieja Derecha, censuró fuertemente los bombardeos como el más poderoso golpe ddo contra la civilización cristiana y la ley moral. David Lawrence, dueño conservador del U.S. News and World Report, continuó denunciándolos por años.21 Al distinguido filósofo conservador Richard Weaver le daba asco
el espectáculo de jóvenes chicos, recientemente sacados de Kansas y Texas, convirtiendo a la no-militar Dresden en un holocausto (...) pulverizando santuarios antiguos como Monte Casino y Nuremberg y trayendo la aniquilación atómica a Hiroshima y Nagasaki.
Weaver consideraba tales atrocidades como profundamente antipáticas a las fundaciones sobre las cuales la civilización está basaday.22
Hoy, autodenominados conservadores difaman como "anti-estadounidense" a cualquiera que esté en lo más mínimo incómodo con la masacre de decenas de miles de japoneses desde el aire perpetrada por Truman. Esto muestra tan bien como cualquier otra cosa la diferencia entre los "conservadores" de hoy en día y aquellos que alguna vez merecieron tal nombre.
Leo Szilard era el mundialmente conocido físico que redactó la carta original a Roosevelt que Einstein firmó, instigando el Proyecto Manhattan. En 1960, poco antes de su muerte, Szilard afirmó otra verdad obvia:
Si los alemanes hubiesen lanzados bombas atómicas en ciudades en vez de nosotros, hubiésemos definido el lanzamiento de bombas atómicas sobre ciudades como crímenes de guerra y a los alemanes que fuesen culpables de este crimen los habríamos sentenciado a muerte en Nuremberg y los habríamos colgado.23
La destrucción de Hiroshima y Nagasaki fue un crimen de guerra, peor que cualquiera por los que generales japoneses fueron colgados en Tokio y Manila. Si Harry Truman no fue un criminal de guerra, entonces nadie nunca lo ha sido.
hiroshima - The best bloopers are here