Hola, queridos lectores y compatriotas. Disculpen ustedes por comenzar esta columna con un título tan agresivo, pero es que, mientras escribía la columna de ayer, sobre el proyecto de minería abierta en Crucitas, no pude dejar de hacerlo pensando en que, sin dejar de valorar la importancia que en términos ambientales tiene la discusión de ese proyecto, en la pura y franca dimensión de nuestra cotidianeidad, los costarricenses, en cuanto a nuestra conciencia ecológica, somos un verdadero desastre (y que conste que me estoy incluyendo, que soy tan tico como el que más, para lo bueno y para lo malo).
Bien está que se quiera defender el hábitat de la lapa verde y de quién sabe cuántas especies que se verán afectadas por ese proyecto. Pero, según me parece, está mal que no nos preocupemos por la destrucción ambiental que estamos propiciando justo en nuestro vecindario.
Empecemos por los ríos. Hasta hace treinta y tantos años, todavía era posible bañarse en pozas de ríos como el María Aguilar y el Virilla… que discurren dentro del casco capitalino. Hoy en día es triste, es una auténtica tragedia ver cómo estos ríos, y de hecho casi todos los cauces de agua que tomen contacto aunque sea indirectamente con la Gran Área Metropolitana son aguas muertas, donde ningún ser vivo podría desarrollarse. Sacamos pecho ante el mundo proclamándonos líderes de la conservación ambiental, pero ni nos inmutamos por los ríos y acequias que hemos convertido en vertederos tóxicos… a pocos metros de nuestras casas. Nuestro manejo de los desechos sólidos es, por decir lo poco, de una irresponsabilidad desconcertante. En una misma bolsa de basura tiramos alimentos, plásticos, vidrio, papel higiénico… y luego no queremos, bajo ninguna circunstancia, que haya un relleno sanitario cerca de nuestra casa, porque claro, la basura la queremos lejos de nuestra casa, y si no hay ya dónde depositarla, pues que vean dónde la meten, pero bien lejos. O sea, no importa que sea en el patio de otra persona, siempre que esa persona viva por lo menos a diez kilómetros de distancia.
Todo costarricense quiere tener su carro propio. Es decir, uno para cada persona. Es realmente desconcertante ver cómo el pueblo “ecológico” por antonomasia (según nosotros mismos nos percibimos) no se da cuenta, o no quiere darse cuenta, de que es un desperdicio de recursos, además de mucho más contaminante, que haya una, lo más dos personas, en casi cada auto que vemos (posiblemente desde nuestro auto, donde, qué casualidad, muy probablemente también estemos solos). Porque, claro, ir al Centro de San José en bus a hacer un mandado rápido es demasiado incómodo… que para eso tenemos carrito propio. Nos importa un comino la contaminación sónica. Es común que por algún festejo el vecino de la par (si no es que lo hace uno mismo) convierta su casa en un salón de fiestas (sin insonorización, por cierto), aprovechando la ocasión para poner ese equipo de sonido como siempre ha querido: a todo volumen, y hasta la medianoche o más. Si el vecino de al lado no puede dormir y tiene que madrugar al día siguiente para ir a trabajar (Dios quiera que no sea una cirugía vital a algún paciente), pues… “salado”, que para eso el fiestero está en su casa. Igualmente serían patéticos si no fueran tan indignantes los que, ante una presa de automóviles, se prenden del claxon como si con ello pudieran cambiar su destino...
Salvemos a la lapa verde en Crucitas, eso está muy bien, pero también salvemos al Virilla y al María Aguilar. Si no, perdonen que lo diga otra vez, estamos simplemente siendo, aunque sea sin saberlo, unos hipócritas ambientales. Y, de nuevo lo digo, nótese que me incluyo.
Ronny Ugarte Quirós.
http://www.diarioextra.com/2010/octubre/09/espectaculos02.php
3 comentarios:
Yo también me incluyo...
De acuerdo, pero ni a putas renuncio al carro...
Es necesario hacer todo un cambio de vida, porque a poquitos estamos acabando con nuestro medio ambiente, y muy cierto, brincamos contra unas cosas, pero nos hacemos cómplices en otras. El mal uso de la basura, cuanto líquido nos estorba al lavatorio o inodoro, si el basurero queda a un rango de 2 metros ya está muy lejos y tiramos la basura al suelo.
Es asumir la responsabilidad, y especialmente educar a los que vienen atrás, ir formándoles una conciencia responsable.
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