Pendejos asaltan a siete ancianos por día

Por Hazel Feigenblatt, especial para Conejitos Suicidas


Mi abuelito –técnicamente, mi tío abuelo- era un hombre de carácter fuerte y, si voy a ser sincera, quizá debería decir que “fuerte” se queda corto y “absolutamente indomable” lo describe mejor.

No le aguantaba nada a nadie. Era sarcástico como él solo y Dios guarde alguien le hiciera una broma cuando perdía la Liga.

De joven era muy fuerte y nunca le tuvo miedo a “meterle un cato” –como decía él- a quien se lo buscara.

Pero por las buenas era más servicial de la cuenta, siempre bromista y sin ninguna duda la persona más trabajadora y desprendida que he conocido.

La vejez fue la peor parte de su vida. No quería aceptar que necesitaba ayuda de otros y se negaba a dejar de trabajar, aunque no necesitara hacerlo.

Los años eran para él enemigos ensañados en doblegarlo y eso le quedó más claro que nunca cuando lo asaltaron.

Un empujón bastó para tirar al suelo y romperle la frente al hombre matón y fornido que seguía viviendo debajo de un cuerpo cada vez más frágil.

El asalto, en realidad, le rompió más que la frente. Le rompió su ilusión de vivir sintiéndose el hombre fuerte e independiente que era.

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Recuerdo que el asalto me indignó, pero además me dejó sinceramente perpleja el que un asaltante -por más parásito de la sociedad que sea, por más ignorante que pueda llegar a ser, por más mal nutrido (por no decir muerto de hambre) que esté- pudiera ser tan cobarde de atacar a un abuelito.

Eso fue hace algunos años, pero se me vino a la mente de nuevo hace unos días cuando leí que en Costa Rica, en promedio, siete ancianos son asaltados POR DÍA.

No he comparado con estadísticas de otros países, pero la noticia es inaceptable. No solo refleja que somos una sociedad llena de pendejos que no desperdician oportunidad de pasarle por encima al más débil, sino que además deja claro que tampoco tenemos “güevos” (lo escribo como lo decimos) para poner en su lugar a ese tipo de alimañas.

Usualmente, quienes se dedican a asaltar son personas que no tienen ni cerebro ni “güevos” ni habilidades adquiridas con las que sobresalir legítimamente en ningún campo.

Pero de ahí a que ataquen a un anciano o anciana y que, además, como indica la noticia, los golpeen brutalmente aunque ellos no pongan resistencia, refleja algo más profundo.

Refleja una condición o calidad más cercana a la de un animal que a la de un ser humano, al estilo de las escenas de Discovery Channel, en las que un animal ve a otro y se le tira encima sin valorar nada.

¿Qué pasó con los asaltantes como el que le robó el bulto a un amigo de mi hermano y le dijo: ‘Mae, le dejo los libros, porque estudiar es importante para superarse’? ¿O, por lo menos, los que decían: ‘Deme la billetera y no le pasa nada’?

Si como sociedad estamos produciendo y tolerando ese tipo de elementos, es urgente revisar muchas cosas.

Mi abuelito siempre decía que Costa Rica estaba cambiando para peor, que se estaba deteriorando. Yo le decía que no, que había muchas cosas que estaban mejorando, pero viendo las estadísticas tal vez él no andaba tan perdido…

El aumento en este tipo de violencia en el país demuestra sin duda alguna que la forma tan suave con que hemos tratado a estos tipos hasta ahora solo los llevar a abusar cada vez más, y llegó el momento de aplicar mano no dura, sino de hierro, para aprendan a no ser tan pendejos.

Personalmente creo que una paliza bien dada por aquí y una garroteada por allá sería mucho más eficiente que llevarlos a una estación de policía a pasear y tomar café mientras los sueltan para que ataquen al siguiente abuelito.